La ocupación estable de una persona le da ciertas
características que luego tiende a defender como algo muy propio y personal.
El problema del cambio de identidad de una profesión. Por
ejemplo, el profesor que considera su principal función como la de catedrático,
y así se ha desempeñado durante varios
años. Ese profesor debe cambiar su identidad, tendrá que complementarse con otros
recursos que no son fáciles de aprender. En la periferia es rechazado con
facilidad por las personas que toman muy en serio su identificación como
catedrático.
Un cargo especial en una institución, como el de presidente o
director de una sección o departamento, o bien, el rol de madre, abuela,
sacerdote o consejero, también pueden constituir una característica
especialmente preferida que se llega a instalar en el núcleo de la persona como
si fuera su esencia más íntima. Esta sustitución del núcleo de identidad
personal puede llegar a ser un verdadero rebajamiento de la calidad de persona
de un jefe. La gente trata a esa persona tan
sólo en su calidad de jefe, y no hace caso a su aspecto propiamente
personal. El mismo jefe se torna defensivo, respecto a su categoría, dado que
ve allí una fuente de reconocimiento y aprecio y tiende a olvidarse de su
propia calidad de persona. El trato interpersonal se convierte en un trato
puramente funcional, que deja a un lado las necesidades más íntimas de esas
personas.
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